Mucho antes de que se oficializara el término art-rock, Can ya lo servían en una primera edición mucho mas germinal y rudimentaria, pero a la postre igualmente interesante. Surgidos en los revueltos tiempos del mayo francés de 1968, prácticamente al lado de Colonia, en la todavía Alemania Occidental, su particular lectura de los fenómenos socio-musicales de la época y la ingestión devota del floreciente underground (que bandas como Pink Floyd o Soft Machine desarrollaban y en plena efervescencia de las ácidas correrías californianas), los llevarán al estreno de un nuevo capítulo del llamado rock alemán.
En un país donde el brote hippy prendió con fuerza, la distancia física respecto del modelo anglosajón produjo una visión intelectualizada que la música de Can ilustra con su carácter cerebral. Ese rostro autóctono de su sonido y un sugestivo concepto de hipnosis rítmica y rotación minimalista, los acreditan como el grupo continental por excelencia y uno de los más influyentes de la década. Respetados por las nuevas generaciones, son además pioneros en estilos y movimientos posteriores: como la integración de elementos étnicos sobre tramas futuristas, percusiones tribales y preindustriales, sellos independientes propios y cirugía electrónica de instrumentos, precursora del tecno. Su música es pura alquimia. Resiste el embate del tiempo. Arquitecturas móviles surcadas de laberintos teclísticos. Eclecticismo polarizado entre la rienda suelta de “Tago Mago” de 1972 y la sutilidad melodía de “Ege Bamyasi” aparecido en 1973.
Libertad experimental bajo control, dispensada entre densas exploraciones, cancioncillas leves…etc. Unos tipos realmente curiosos, perturbados por la fiebre del momento, sacrificaron un estable futuro por la incierta senda del rock. No les fue mal. Aunque tuvieron mejores críticas que ventas. Cuando los hippies llegaron, ellos eran ya gente mayor. Su teclista, Irmin Schmidt, pasaba de los 30 años. Discípulo de músicos contemporáneos como Stockhausen y Berio, alternaba su puesto en una orquesta con la dirección y los conciertos de piano. Holger Czukay era el bajista y manejador de los ruiruidos. Jaki Liebezeit hacía free jazz en la Manfred Schoof Quintet. Y Michael Karoli, el más joven, pasó de consumado violinista a ser un guitarra exuberante.
La primera formación se completaba con dos norteamericanos: un profesor de arte, Malcolm Mooney, que ponía su voz negra, y David Johnson, flautista de fugaz permanencia en el grupo. Se sirvieron del rock para inocular sus revolucionarias tesis de ruptura estética.
La suerte les acompañó. Editado en su propio sello, su primer álbum, “Monster movie” (1969), les proporcionó una cierta popularidad. Les llovieron ofertas para bandas sonoras (“Deep end”, de Skolimovski, entre otras), que el grupo reúne en “Soundtracks” (1973). En Zúrich realizan una actuación de vanguardia, “Prometheus”, y en 1970, Damo Suzuki, un estrafalario japonés que encuentran cantando en las calles de Múnich, sustituye a Mooney. Será su período más efervescente. “Future days” (1974) los descubre definitivamente en el Reino Unido. Mientras tanto, aparece “Limited edition”, colección de supuestos anuncios televisivos, miniaturas, y las exóticas series de falsificaciones etnológicas realizadas, como todo su material, en sus estudios, con “Inner Space”, incluso disfrutaron de un par de singles en las listas: “I want more” y su perversión del villancico “Silent night”.
A partir de aquí la decadencia del grupo es notable Damo se une a los testigos de Jehová. Siguen como cuarteto hasta “Saw delight” (1977), en que reclutan a Rosco Gee y Reebop Kwaku Baah, ex- Traffic. La música se aplaca con albumes mucho mas convencionales “Out of Reach” (1978), pero poco a poco su estela se desvanece. Sus miembros se desperdigan, y para 1982, Can desaparecen definitivamente, hasta años después cuando la formación original publica el epitafio “Rite Time” (1989).