“Señor, dame la serenidad para aceptar lo que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que puede ser cambiado, y la sabiduría para conocer la diferencia”. Con esta plegaria en latín, se inicia el undécimo álbum de Neil Young, flanqueado por sus inseparables Crazy Horse.
Si su titulo no estuviera ya ocupado por Bob Dylan, en lugar de “Re·ac·tor”, hubiera sido mas apropiado el de “Blood On The Tracks”, por que difícilmente se puede encontrar un álbum tan guerrero y con tanto coraje en sus surcos como este.
Con alusiones a temas poco recurrentes en los años ochenta como la Guerra del Vietnam, “Re·ac·tor”, fue lanzado a finales de 1981 bajo el sello Reprise, el ultimo con esta discográfica antes de que firmara un nuevo contrato con la Geffen Records, con la cual estaría gran parte de la década de los ochenta, iniciando con ello su época mas oscura y mediocre.
“Opera Star” de claro manifiesto rock en perfecta continuidad con “Rust Never Sleeps”, es el corte que inicia de manera abrumada este álbum, mientras en “Surfer Joe And Moe The Sleaze”, la personalísima guitarra de Young juguetea sobre un fondo de voces para contarnos historias de borracheras, despilfarros y excesos obscenos en un tono mas tranquilo y melódico.
“T-Bone” y “Get Back On It”, son obsesivos y rítmicos homenajes a las raíces negras del rock, la primera en un tono histérico y la segunda mas cercano al boogie blues, con la que ponen punto y seguido a la primera cara del álbum.
La cara B es el desmadre rockero de Neil Young y su banda, empezando con la asesina “Rapid Transit”, a la que le siguen la machacona “Southern Pacific”, la sureña “Motor City” y esa pesadilla visceral titulada “Shots”.
Puro y duro rock, así es como mejor se define este álbum, el ultimo gran trabajo del canadiense hasta su resurgimiento musical de finales de la década de los ochenta con el soberbio “Freedom”, después de sus extraños meandros musicales que ocuparon todo su periplo bajo la mencionada y polémica discográfica comandada por David Geffen.